xoves, 3 de novembro de 2016

Novecentismo (Generación de 1914)



1.- Introducción general
Cuando se habla de Novecentismo nos referimos a la obra de un grupo de autores que alcanza su momento de máximo esplendor a partir del año 1914, de ahí el término Generación del 14 que también se les aplica.
Pueden sernos de utilidad las definiciones que de este movimiento nos dan Azorín y Guillermo Díaz Plaja. Para el primero, es evidente que en torno al año 1914 ha llegado a la cultura española una nueva generación diferente de la modernista. Según él, estos nuevos escritores pueden definirse por dos rasgos en oposición a la literatura anterior:
·         Son más metódicos y racionales
·         Son, sobre todo, intelectuales, más que artistas.
Por otro lado, el crítico catalán Guillermo Díaz Plaja define el nuevo movimiento como lo que ya no es modernismo ni noventayochismo, y lo que todavía no es vanguardismo. Fue este autor quien introdujo el término novecentismo en la periodización de la literatura española, tomándolo del noucentisme catalán, término que Eugenio d’Ors había adoptado antes del italiano para referirse al movimiento político catalanista que tuvo lugar entre los años 1906 y 1915.
Tanto la Generación del 98 como la del 14 comparten preocupaciones y convicciones frente al ochocientos y, más concretamente, frente a la Restauración. Pero a finales de la primera década del presente siglo las pequeñas disensiones entre ambos grupos comienzan a convertirse en grandes diferencias. Ortega declara superada la época del nietzscheanismo puro y combate a Maeztu y a Unamuno. Se declara abiertamente en contra de la insociabilidad en la lectura moral de Baroja. La nueva actitud novecentista se observa claramente en Pérez de Ayala, que deja a un lado la denuncia y el lamento y se propone actuar de una manera práctica. Los componentes de esta generación son conscientes del papel político que debe desempeñar la intelectualidad, tanto en la investigación de la realidad del país como en la defensa del avance liberal.
Resulta muy significativo el discurso de Ortega en el Teatro de la Comedia, en marzo de 1914, a modo de presentación de la nueva generación, que se define sin ambiciones personales, austera, privada de maestros hispánicos, nacida de la reflexión de 1898 pero sin concesiones a los tópicos del patriotismo. Una generación, en suma, que no gritará y que piensa en primer lugar en las minorías. Tendencias similares se dan en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia: se trata de la ascensión de las élites intelectuales juveniles al poder y la denuncia de la "literatura caduca" y de la "política de los viejos". El postulado vital de esta generación, enunciado por Ortega, sostiene que hay que emprender una cultura biológica, con sentido deportivo y festivo de la vida. Este vitalismo se ve presente en los miembros de esta generación: Miró, d'Ors, Pérez de Ayala y, muy especialmente, Gómez de la Serna. El vitalismo es proyectado sobre el tema que más preocupa a los novecentistas: el tema de España: "Hay que rehacer la Historia de españa hasta en sus últimos postulados". En esta línea trabajan Américo Castro, Madariaga, Sánchez Albornoz, Marañón, etc.
Los novecentistas, por otra parte, no sólo tienen como meta la transformación política del país sino también la mutación del individuo, siendo imprescindible para ello una amplia formación estética; de ahí la preocupación de esta generación por los temas literarios, sus disquisiciones sobre los géneros y sobre el arte en general, sus intentos de encontrar nuevas formas de novela y poesía y la búsqueda incesante de nuevos lenguajes.
También buscan estos autores, de una forma decidida, la solución en el acercamiento a Europa, acercamiento que sirve tanto para formar a los escritores (los del 98 eran autodidactas) como para influir en sus obras, entre las que destacarán los ensayos rigurosos que, impulsados por la modernización de la Universidad y el asentamiento de la industria editorial, se convertirán en el mejor vehículo para sus ideas. Según explica José-Carlos Mainer, se puede hablar también de “una creación de un público a través de la divulgación de ideas y de la voluntad pedagógica de la literatura”, que tendrá en la prensa diaria y las revistas su lugar propicio.
Por otro lado, la influencia de las corrientes vanguardistas es definitiva en la novela o la poesía de los escritores del 14. La deshumanización del arte que propugna Ortega pretende acabar con la reproducción de la realidad para conseguir un arte puro, pulcro y sin sentimentalismos, en el que el hombre y el papel de su inteligencia sean seriamente revisados. La creación artística deberá procurar desdramatizar su reflexión, y esto lo consigue mediante una elegante prosa contenida y el recurso del humor, que logra revertir el pesimismo noventayochista. El autor paradigmático en este último aspecto será Ramón Gómez de la Serna con sus greguerías.
Autores
Seguiendo un criterio cronológico, Jorge Urrutia señala que los miembros de la Generación del 14 nacen entre 1881 y 1892, frente a los noventayochistas, nacidos entre 1866 y 1880, y los escritores del 27, que nacen entre 1893 y 1906. Estas fechas deben entenderse de una manera flexible, pues dos escritores tradicionalmente novecentistas como son Gabriel Miró y Manuel Azaña, nacieron en 1879 y 1880 respectivamente, y Claudio Sánchez Albornoz en 1893. Entre los autores incluidos en el periodo que va de 1881 a 1892 están, entre otros: Ramón Pérez de Ayala (1881), Juan Ramón Jiménez (1881), Eugenio d’Ors (1882), José Ortega y Gasset (1883), Rafael Cansinos-Assens (1883), Julio Camba (1884), Américo Castro (1885), Wenceslao Fernández Flórez (1885), Salvador de Madariaga (1886), José Moreno Villa (1887),Gregorio Marañón (1887), Ramón Basterra (1888) y Ramón Gómez de la Serna (1888).
2.- José Ortega y Gasset (1883-1956)
El guía indiscutible del grupo (“Generación de Ortega”, se le llegó a llamar) nació en Madrid, en el seno de una familia acomodada de periodistas, escritores y políticos. Tras licenciarse en Filosofía, amplía estudios en Alemania. En 1910 obtiene la cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid. En 1913 funda la “Liga para la Educación Política”; en 1915 la revista España y, en 1923, la Revista de Occidente, en la que hallarán cabida las nuevas corrientes europeas y españolas de todos los campos del pensamiento y de la creación. Durante toda su vida desarrolló una intensa actividad como escritor y conferenciante. Apoyó a la República pero luego se sintió decepcionado. Al principio de la guerra civil se exilió; regresó en 1945 pero se le negó el reingreso en su cátedra. Ortega continuaría su labor magistral en el Instituto de Humanidades fundado por él en Madrid. Murió en esta ciudad en 1956.
Ortega es a la vez la máxima figura de la filosofía española del siglo XX y un espectador agudo de la vida, las artes y la cultura. Literariamente destaca por su estilo claro y elegante, en el que las metáforas y los símiles son manejados con maestría para hacer más plástica la idea. Por ello ocupa un lugar eminente entre los prosistas españoles. Desde el punto de vista filosófico, sus teorías se sitúan entre el racionalismo y el vitalismo (ratiovitalismo): se opone al irracionalismo imperante a la vez que se centra en la vida humana. Y sus meditaciones sobre el hombre y su entorno (“yo soy yo y mi circunstancia”, decía), le conducen a un interés creciente por la Historia.
De entre su abundante producción ensayística debemos destacar, por su influencia sobre la literatura y el arte de la época, La deshumanización del arte (1925). Esta obra pretende realizar una descripción fenomenológica de la vanguardia en España. El arte moderno, nos dice, "no sólo es impopular sino que es también antipopular, siempre tendrá a las masas en contra". El arte moderno divide a los receptores en minoría-élite capaz de entenderlo y gustarlo y mayoría incapacitada. Esta mayoría aboga por el arte del siglo XIX, arte puramente referencial. La minoría, por contra, encuentra el arte anterior demasiado humano; se le debe despojar de su humanidad.
Ortega caracteriza así el arte nuevo de las vanguardias:
§ Es un arte puro, del que debemos valorar solamente las puras calidades formales
§ De ahí que se tienda a la deshumanización y se releguen las emociones humanas en pro de la emoción estética
§ Es por ello un arte intelectual, “el placer estético tiene que ser un placer inteligente”
§ La poesía será antirromántica, “el poeta empieza donde el hombre acaba”, su quehacer es la pura creación verbal: “la poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas”
§ En fin, el arte tiende a convertirse en juego, lejos de todo patetismo. Será esencial al arte joven la ironía y hasta un “pirueteo” vecino a lo deportivo.
También de 1925 es el ensayo Ideas sobre la novela, en el cual Ortega sostiene que la novela como género se agota por dos razones: la dificultad de hallar temas nuevos y las crecientes exigencias estéticas de los lectores. El relato realista ya no atrae a éstos y el novelista debe compensar el agotamiento de los temas con el cuidado exquisito de “los demás ingredientes”. Así, el argumento “humano” y el reflejo de realidades sociales deben ceder el paso a lo imaginativo o lo intelectual y a los primores de la estructura o del estilo. Se llegará por tanto a una novela “deshumanizada” en la que la acción será un puro “soporte mecánico” de otros elementos más aptos, según Ortega, para proporcionar el goce artístico “puro”.
También entra dentro del ámbito de la literatura Meditaciones del Quijote, la primera obra extensa de Ortega, publicada en 1914. Las veinte meditaciones del personaje cervantino parten de los géneros literarios: la épica mitifica personajes atemporales en aventuras fantásticas, como los libros de caballerías. La novela, cómica y mimética, ridiculiza la realidad y la desprecia, como algo mostrenco. El Quijote -como La Celestina- fundió épica y novela: lo muestra el retablo de Maese Pedro o el episodio de los molinos. La voluntad de don Quijote lo hace héroe oblicuo: su conducta parece grotesca al espectador antiheroico. Por eso, el Quijote manifiesta el fin de la épica y el inicio de una novela, lírica de la mediocridad, al modo de Flaubert y de las teorías darwinistas.
De entre los demás ensayos de Ortega, debemos destacar La rebelión de las masas (1930), análisis sociológico de la realidad de su época que explica en parte las teorías del autor sobre la vanguardia y la creación artística:
La humanidad crece y el nivel de vida mejora. Las distancias se reducen pero también las perspectivas del hombre: un salvaje sin deberes ni responsabilidades disfruta beneficios que no creó, pero de los que se cree merecedor. El hombre-masa, en un presente inestable, reacciona de manera violenta: es un señorito maleducado y satisfecho, desconoce su medio. Es un primitivo que disfruta la técnica e ignora la ciencia. Liberado de su responsabilidad, exige derechos e ignora que puede perderlos. Como técnico es un bárbaro especializado: sabe mucho acerca de poco; no sospecha que el Estado amenaza su libertad. Al tratar quién manda en el mundo, Ortega admite la decadencia de Europa pero espera un Estado -basado en el modelo latino- europeo, debido a los rasgos comunes de sus naciones. Propone renovar el liberalismo, rasgo de identidad europeo, e inyectar moral a Europa cuando la élite adquiera responsabilidades.
Otros títulos destacados de Ortega y Gasset son: El espectador (obra en 8 volúmenes, con trabajos publicados en la prensa entre 1916 y 1934), España invertebrada (1921), El tema de nuestro tiempo (1923), Las Atlántidas (1924), En torno a Galileo (1933) y Estudios sobre el amor (1941).
3.- La novela: Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró
3.1.- Ramón Pérez de Ayala (1881-1962)
Se le considera el más claro representante de la novela intelectual. Nació en Oviedo. Estudió con los jesuitas y Derecho en la Universidad ovetense, donde fue alumno de Clarín. Ya en Madrid, participa en la fundación de la revista Helios y se deja influir por autores tan dispares como Rubén Darío, Galdós, Azorín u Ortega. En 1928 fue nombrado miembro de la Real Academia Española. Fue embajador en Londres durante la República y luego se exilió a Buenos Aires. Regresó a Madrid en 1955.
Comienza escribiendo contenidos autobiográficos con una estética noventayochista, para pasar después a un tipo de novela intelectual. A. Amorós divide su obra en tres etapas:
1)    Tetralogía que narra la vida de Alberto Díaz de Guzmán, personaje barojiano, "alter ego" del escritor. Tinieblas en las cumbres (1907) es la primera de las cuatro novelas; obra no exenta de artificiosidad, anuncia la temática de toda la narrativa del autor. A.M.D.G. -ad maiorem dei gloriam- (1910) es la segunda, de marcado acento antijesuítico. La Pata de la raposa (1912) sigue el argumento de la primera, abandonando en parte el humorismo. Representa el estudio de una mente torturada, un viaje intelectual en busca de identidad. Troteras y danzaderas (1913) completa la tretralogía. Aparece en ella una visión de la bohemia literaria del Madrid de principios de siglo, con alusiones a personajes reales. Pérez de Ayala pretende en estas obras "reflejar la crisis de la conciencia hispánica desde principios de este siglo".
2)    "Novelas poemáticas de la vida española", publicadas en 1916 en un solo volumen formado por tres relatos: Prometeo, Luz de domingo y La caída de los limones. Desaparece lo autobiográfico y ganan terreno las ideas. Están consideradas como novelas "puente" entre las dos etapas principales del autor.
3)    En 1921 comienza su última y más lograda tendencia narrativa. La acción disminuye y los personajes encarnan ideas o actitudes vitales. Abundan las disquisiciones sobre política, moral y estética. En ellas se intenta buscar una armonía o principio ordenador de un universo de contrarios. Estructuralmente las obras se basan en un relativismo perspectivista: la realidad se bifurca, de todo se nos dan dos visiones. La mejor novela de este periodo es sin duda Belarmino y Apolonio (1921).
Trata del amor frustrado entre dos jóvenes que debieron separarse en su juventud. Se reencuentran al cabo del tiempo. Él es un sacerdote, ella una prostituta. Pero los auténticos protagonistas son Belarmino y Apolonio, zapateros, padres respectivos de los dos amantes. El uno, filósofo; el otro, dramaturgo. Cada uno encarna una visión distinta del mundo. De cada hecho se nos dan dos visiones: es el método perspectivista. Para Pérez de Ayala la mayor verdad será la que contenga el mayor número posible de puntos de vista. Al final se produce la reconciliación entre personajes y estructuras. La acción de la novela avanza entre digresiones sobre lo dionisíaco y lo apolíneo, sobre el cristianismo primitivo, sobre la felicidad de los pueblos, sobre teatro y filosofía -Sófocles versus Sócrates-, que confirman el valor simbólico de la obra.
Otros títulos de esta última etapa del autor son Luna de miel, luna de hiel y su continuación Los trabajos de Urbano y Simona -publicadas juntas en 1923-, Tigren Juan y El curandero de su honra, también con un argumento común y editadas en un mismo volumen en 1926.
Con un estilo denso, en el que mezcla ironía y gravedad, palabras populares y cultas, Pérez de Ayala se esfuerza en sus novelas por conseguir una precisa transcripción de su pensamiento, de sus paradojas, de su complejidad. Novela-ensayo, novela intelectual, perspectivismo… su original técnica y enfoque narrativos no dejan nunca de lado la amenidad y la ironía, dentro de la apuesta innovadora de la novela novecentista.
3.2.- Gabriel Miró (1879-1930)
La vida de Gabriel Miró, nacido en Alicante, estuvo marcada por su estancia en un colegio de jesuitas, que incrementó o desencadenó una tendencia misantrópica y triste. Sus estudios de Derecho no hicieron sino retrasar su producción literaria y alejar su regreso a Alicante, donde parecía que encontraría su redención. Sería para él siempre su minuciosa escritura un consuelo importante.
Las novelas de Gabriel Miró poseen la peculiaridad de haber sido escritas con un preciosismo formal que recuerda el modernismo decimonónico, concretamente sus tendencias decadentistas más líricas. Entronca con la novela lírica de Azorín, de importante influencia, por otra parte, entre los autores del 14, tal y como ha justificado Ricardo Gullón. Además, plásticamente, se le ha relacionado con el cubismo.
La crítica lo ha considerado como epígono del 98 pero la etiqueta que mejor le va es la de experimentador, por su cuidado de la expresión y por los nuevos caminos que abre. Se trata de un estilista exquisito, a veces incomprendido, ya que se analiza su obra desde la óptica de la novela tradicional, a la que supera continuamente. Destaca también Miró por su temperamento voluptuoso, por su sensibilidad exacerbada y por su excepcional capacidad de captar sensaciones: luz, aromas, sonidos, colores. Debido a su lirismo, Dámaso Alonso lo denominó "gran poeta en prosa". La belleza formal es, pues, lo que prevalece en sus novelas, pasando la acción a ser algo secundario.
Destacan sus obras Nuestro Padre San Daniel (1921), y El obispo leproso (1926), que forman un bloque. Transcurren en Oleza (trasunto de Orihuela), representación de un mundo nebuloso, casi desaparecido, que el autor pretende rescatar. La acción es mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de personajes. Miró aspira a captar la vida monótona y asfixiante de una comunidad cerrada. En la obra se desarrolla un enfrentamiento entre los que viven dominados por la idea del pecado y los que están abiertos a la felicidad y al disfrute humanos. Los primeros reprimen toda alegría por ser pecaminosa; sólo la amargura es hija de la virtud. El autor critica la tragedia de las personas que tienen este sistema de valores. Pero es una crítica indirecta, que se desprende de los acontecimientos. En la obra se oye siempre la voz impasible del narrador, que rara vez realiza juicios de valor.
Otras novelas destacadas de Gabriel Miró son Las cerezas del cementerio (1910) -sobre un amor apasionado en un sensual ambiente levantino- y los compendios de relatos breves El libro de Sigüenza (1917) y Años y leguas (1928), cuyo protagonista es el “alter ego” del autor que evoca sucesos, personajes y ambientes. Debe destacarse también Figuras de la Pasión del Señor (1917), que recrea la vida de Cristo inspirándose en los Evangelios y en textos de E. Renan y otros libros históricos.
4.- La poesía: Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

4.1.-Vida

Nació en Moguer (Huelva), en 1881, en el seno de una familia de cultivadores y exportadores de vinos. A los once años fue alumno interno en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María (Cádiz). “De esos dulces años recuerdo que jugaba muy poco y que era gran amigo de la soledad”, escribiría él mismo. En su adolescencia partió hacia Sevilla para estudiar Derecho, aunque se interesó más por la poesía y la pintura -inicia su aprendizaje de este arte en un taller neoimpresionista sevillano-. La carrera, iniciada por imposición paterna, quedó sin acabar en este intento y en otros posteriores. La familia del poeta, “culta, tradicionalista y conservadora”, no se opuso a su vocación y le alentó en sus aspiraciones. Su decisión de dedicarse por completo a la poesía pudo tomarla porque la economía familiar se lo permitía y porque, ya en Sevilla, la lectura de Bécquer había despertado su vocación literaria.
En abril de 1900 se traslada a Madrid, donde vive un periodo de exaltado anarquismo. Este viaje se debe en parte a una invitación del poeta modernista Francisco Villaespesa, autor que conoce los primeros poemas de Juan Ramón y comparte con él su pasión por Rubén Darío. Ese mismo año aparecen sus dos primeros libros: Ninfeas, -título que le aporta Valle-Inclán- y Almas de Violeta -título sugerido por Rubén Darío-. Sin embargo, sólo permanece en la capital dos meses: “Me sentí muy enfermo y tuve que volver a mi casa.” Llegado el verano, regresa a Moguer, afectado por una neurosis depresiva que arrastrará toda su vida. En mayo de 1901 su familia le ingresa en el sanatorio de enfermos mentales de Castell d’Andorte, en Le Bouscat (Burdeos), donde Juan Ramón aprovecha para profundizar en su conocimiento de la poesía francesa -autores parnasianos y simbolistas- y escribe su libro Rimas, publicado en 1902.
A finales de 1901 se traslada de nuevo a Madrid, residiendo hasta 1903 en la clínica neuropática del Rosario, lugar donde sigue curando su enfermedad y aumentando sus amistades y su creación literaria; vive también en casa del doctor Simarro, gran amante de la literatura, que le pone en contacto con la Institución Libre de Enseñanza. La publicación de Rimas supuso un gran paso adelante en su carrera de escritor y su consagración en el ambiente literario madrileño. El modernismo de tendencia parnasiana cedía el paso al simbolismo. Arias tristes (1903) reafirma la fama del poeta.
Una nueva crisis le lleva en 1905 de nuevo a Moguer, donde pergeña Platero y yo, a la vez que sigue escribiendo poemas amorosos, inspirados en gran parte en el simbolismo francés, entre ellos uno de los más conseguidos: El viaje definitivo. El trienio 1905-1907 es duro para el poeta: a la crisis depresiva se une el progresivo descalabro económico de la familia. Volverá a Madrid en 1911, sobre todo por la insistencia de Ramón Gómez de la Serna -en cuya revista “Prometeo” habían ido apareciendo varios poemas suyos-, del que sin embargo se irá distanciando al atraerle más el ambiente intelectual de la Residencia de Estudiantes que los “juegos” vanguardistas de Ramón. Se instalará en dicha residencia en 1913, convirtiéndose en uno de sus principales animadores. Es en esta fecha cuando conoce a la joven catalana Zenobia Camprubí Aymar, de quien se enamora profundamente. Se casará con ella en 1916, en la iglesia católica de St. Sthephen, en Nueva York.
Del viaje por mar a América junto a su futura mujer surge el libro Diario de un poeta recién casado. En este viaje el poeta redescubre el mar, que pasará a ser uno de sus más importantes símbolos poéticos, hasta el punto de que él mismo cambiará posteriormente el título del libro por Diario de poeta y mar. Con esta obra se abre el ciclo de la poesía pura y de la intelectualización de la lírica juanramoniana.
Tras su vuelta a Madrid, encabeza movimientos de renovación poética, dirige diferentes revistas literarias y entra en contacto con los principales poetas de la Generación del 27. Será especialmente importante la influencia de su obra Eternidades, publicada en 1918. Luego aparecerán Piedra y cielo (1919), Poesía (1923) y Belleza (1923). Entre 1925 y 1935 Juan Ramón publica sus Cuadernos, en los que da a conocer todo lo que escribe en ese periodo. En estas publicaciones, además de poemas incluye cartas, retratos líricos de escritores y recuerdos literarios. En 1935 el poeta rehusó la invitación a ocupar un sillón vacante de la Real Academia Española.
Al estallar la guerra civil, Juan Ramón siguió la causa republicana y el Gobierno le facilitó pasaporte diplomático como agregado cultural honorario de la Embajada de España en Washington. Viaja así de nuevo a América acompañado de su esposa, esta vez para quedarse. Vive en Puerto Rico, su casi segunda patria; en La Habana, en Florida, en Washington y, a partir de 1951, cuando las fuerzas y el corazón vuelven a jugarle malas pasadas, se instala definitivamente en Puerto Rico. En estos años escribe los libros más destacados de su última etapa: En el otro costado (1942), La estación total (1946), Romances de Coral Gables (1948), Animal de fondo (1949), Dios deseado y deseante (1949) y el largo poema Espacio (1954).
El año 1956 tendrá para él una doble cara: la concesión del premio Nobel de literatura y la muerte, 3 días después, de Zenobia, hecho del que el poeta ya no se recuperará. Año y medio más tarde, el 29 de mayo de 1958, en una desolación total, fallece en la clínica Mimiya de Santurce (Puerto Rico). Los restos de Juan Ramón y de su esposa fueron trasladados en avión a Madrid pocos días después de la muerte del poeta y, tras recibir un último homenaje en Sevilla, fueron enterrados en el cementerio de Moguer.
4.2.- Trayectoria poética
Aunque por motivos pedagógicos se divida la obra de Juan Ramón Jiménez en etapas y se muestren las características de cada una de ellas, son imprescindibles unas consideraciones previas a la hora de efectuar dicha división. Para el autor vida y obra vienen a ser una misma identidad. Él no habla de su poesía sino de su Obra, con mayúscula y comparando su labor con la de un dios. Creía en la unidad total de toda su producción y para él “crear” era cumplir con su destino humano; más aún: era lo único que podía dar sentido a su vida, que justificaba y salvaba al poeta en sus momentos más críticos. Él mismo dijo: “La obra, como la vida, se resuelve sucesivamente.”
Podría decirse que toda la actividad poética de Juan Ramón Jiménez en su dilatada e intensa labor no fue otra cosa que la exaltación y la apropiación de la Belleza, que persiguió a través de la forma y de los sentidos, a través de la palabra exacta y de la inteligencia -esa “conciencia de lo hermoso”- y a través de un sentido de totalidad y de absoluto, de eternidad y plenitud, que le llevan a escribir una poesía cada vez más depurada, más “desnuda” y más abstracta, hasta pensar su Obra como una forma de acercamiento y de aprehensión de la creatividad divina, con la que el poeta (“dios deseado y deseante”) se identifica. Esta labor constante, con resultados diversos pero guiada siempre por un mismo anhelo de perfección, de belleza y de totalidad, ligadas también a una serie de símbolos y de temas poéticos recurrentes, acaban dando a toda su poesía una clara unidad.
Sentada esta unidad global de su obra, hay que tener presente su evolución poética, con unas constantes (como la soledad y su sentido de perfección estética) que le llevaron en una primera época al cultivo de unos valores líricos elementales, con predominio del sentimiento, para, posteriormente, mostrar en su obra un deseo de plenitud o ansia de eternidad y, por último, un intento de penetrar en las cosas para remontarse a lo abstracto.
Hay un poema que Juan Ramón Jiménez escribió en 1918 y resume la evolución de su poesía hasta ese momento:
Vino, primero, pura, / vestida de inocencia; / y la amé como un niño. //
Luego se fue vistiendo / de no sé qué ropajes; / y la fui odiando sin saberlo. //
Llegó a ser una reina, / fastuosa de tesoros... / ¡Qué iracundia de yel y sin sentido! //
Mas se fue desnudando. / Y yo le sonreía. //
Se quedó con la túnica / de su inocencia antigua. / Creí de nuevo en ella. //
Y se quitó la túnica, / y apareció desnuda toda... / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para
                                                                                                                 siempre! //
Mucho más tarde el poeta reducía su evolución a las tres fases siguientes:
1)  Época sensitiva, desde sus comienzos hasta 1915 aproximadamente
2)  Época intelectual, desde 1916 hasta 1936
3)  Época “suficiente” o “verdadera”, desde 1936 hasta su muerte.
La época sensitiva coincidiría con la poesía de “ropaje” modernista aludida en el poema, tras unos comienzos de neorromanticismo e influencia simbolista (que se corresponden con la poesía “pura, vestida de inocencia”, a la que se refiere el primer verso), si bien el modernismo estaba ya presente en los dos primeros libros de Juan Ramón, Ninfeas y Almas de violeta. Este periodo modernista va de 1908 a 1915 y dentro de él destacan los siguientes títulos: La soledad sonora, Poemas májicos y dolientes, Sonetos espirituales y Estío. También pertenece a esta época el conocido libro en prosa poética Platero y yo, publicado por primera vez en 1914 y su edición completa tres años más tarde.
La obra ya aludida de 1916, Diario de un poeta recién casado, supone la ruptura definitiva con el modernismo y el paso claro hacia una nueva sencillez: la poesía “desnuda” o intelectual, en la que se elimina lo anecdótico para dejar paso a la concentración conceptual y emotiva. Por eso predominan los poemas breves, densos, en versos escuetos y preferentemente libres, sin rima o con leves asonancias.
Ya hemos citado anteriormente los libros principales de esta etapa, que termina con una obra escrita entre 1923 y 1936 y publicada en 1946: La estación total. Hay unos versos definitorios de esta poesía esencial, al comienzo del libro Eternidades:
¡Inteligencia, dame / el nombre exacto de las cosas! /… Que mi palabra sea / la cosa misma, /
creada por mi alma nuevamente. / Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas… /
En 1922, Juan Ramón resume así su idea del lenguaje poético:
Sencillo. Lo conseguido con menos elementos; es decir, lo neto, lo apuntado, lo sintético, lo justo. Por lo tanto, una poesía que puede ser sencilla y complicada a un tiempo… No creo, en ningún caso, en un arte para la mayoría. Ni importa que la minoría entienda del todo el arte; basta con que se llene de su honda emanación.
Durante su exilio en América, Juan Ramón prosigue invariablemente su indagación poética, por encima de las circunstancias, cada vez más encerrado en sí mismo y atento sólo a una Obra cada día más exigente y ambiciosa. Es la etapa por él llamada “suficiente” o “verdadera”.
Los dos títulos principales de este periodo, ya aludidos, son Animal de fondo (1949) y Dios deseado y deseante (1957). En ellos se produce una identidad entre el yo poético y la divinidad y una exaltación del ánimo que tiende al misticismo, como consecuencia de la eternización. Al final de su evolución -depuración- poética, Juan Ramón Jiménez acabará identificando Obra y Belleza con dios y eternidad, en una poesía de carácter pseudomístico donde sujeto y objeto poético se funden y tienden a lo absoluto:
Estos poemas (los de Animal de fondo) los escribí yo mientras pensaba, ya en estas penúltimas de mi vida, en lo que había yo hecho en este mundo por encontrar un dios posible por la poesía. Y pensé entonces que el camino hacia un dios era el mismo que cualquier camino vocativo, el mío de escritor poético, en este caso; que todo mi avance poético en la poesía era avance hacia dios, porque estaba creando un mundo del cual había de ser el fin un dios. Y comprendí que el fin de mi vocación y de mi vida era esta aludida conciencia mejor bella, es decir general, puesto que para mí todo es o puede ser belleza y poesía, expresión de la belleza.

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