xoves, 3 de novembro de 2016

ANTOLOGÍA POÉTICA MACHADO Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

ANTOLOGÍA POÉTICA MACHADO Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
ANTONIO MACHADO
La selección de poemas de Machado se ha extraído de la página www.abelmartin.com en la que
también podéis encontrar una guía para estudiantes sobre el autor que incluye su biografía y algunos
de sus textos: http://www.abelmartin.com/guia/antol/antol.html
EL VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre loba— muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas.
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
Renacimiento, n.º I, marzo 1907.
Ateneo, n.º XXIII, noviembre 1907.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO
Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros...
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
—Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.
Renacimiento, n.º I, marzo 1907.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
RECUERDO INFANTIL
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección;
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Ateneo, n.º III, marzo 1906.
Caras y Caretas (Buenos Aires), n.º 426, 1 diciembre 1906.
Renacimiento, n.º I, marzo 1907.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
LAS MOSCAS
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
—que todo es volar— sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
El País, 15 noviembre 1907.
Tierra Soriana, 18 noviembre 1907.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
LOS SUEÑOS MALOS
Está la plaza sombría;
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras,
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres tú? Ya te esperaba...
—No eras tú a quien yo buscaba.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
Sonaba el reloj la una,
dentro de mi cuarto. Era
triste la noche. La luna,
reluciente calavera,
ya del cenit declinando,
iba del ciprés del huerto
fríamente iluminando
el alto ramaje yerto.
Por la entreabierta ventana
llegaban a mis oídos
metálicos alaridos
de una música lejana.
Una música tristona,
una mazurca olvidada,
entre inocente y burlona,
mal tañida y mal soplada.
Y yo sentí el estupor
del alma cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y... morirse es lo mejor.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
Renacimiento Latino, n.º 2, mayo 1905.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
RENACIMIENTO
Galerías del alma... ¡El alma niña!
Su clara luz risueña;
y la pequeña historia,
y la alegría de la vida nueva...
¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
ya recobrada la perdida senda!
Y volver a sentir en nuestra mano,
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre... Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva.
*
En nuestras almas todo
por misteriosa mano se gobierna.
Incomprensibles, mudas,
nada sabemos de las almas nuestras.
Las más hondas palabras
del sabio nos enseñan,
lo que el silbar del viento cuando sopla,
o el sonar de las aguas cuando ruedan.
Renacimiento Latino, n.º 1, abril 1905: sólo la primera parte. Revista Latina, n.º
2, 30 octubre 1907: la segunda parte.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907.
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
El Liberal, 1 de febrero de 1908, sin título.
Campos de Castilla, Madrid, Renacimiento, 1912.
EN ABRIL, LAS AGUAS MIL
Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en la ventana
y el cristal repiquetea.
A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se obscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.
Poesías completas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario, en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Los Lunes de El Imparcial, 17 de febrero de 1913, con el pie «Soria, 4 Mayo
1912».
El Porvenir Castellano (Soria), 20 de febrero de 1913, con el mismo pie.
El Duero. Revista semanal ilustrada (Soria), n.º 1, 30 de noviembre de 1913.
LA SAETA
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta popular.
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Nuevo Mundo, n.º 1.056, 2 de abril de 1914, sin lema.
Poesías completas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917.
DEL PASADO EFÍMERO
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal: dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
El Porvenir Castellano (Soria), 6 de marzo de 1913, con el título «Hombres de
España (Del pasado superfluo)».
Poesías completas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917.
LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS
POR LA MUERTE DE DON GUIDO
Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él ¡din-dan!
Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.
Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo,
y un maestro
en refrescar manzanilla.
Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.
Y asentóla
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
a escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
—¡aquel trueno!—,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.
Buen don Guido ya eres ido
y para siempre jamás...
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estás?
¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?
Buen don Guido y equipaje,
buen viaje!...
El acá
y el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.
¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.
Poesías completas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917.
PROVERBIOS Y CANTARES
[I]
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
[II]
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
[III]
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
[IV]
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba.
[V]
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
[VI]
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer barro.
[VII]
Dices que nada se pierde,
y acaso dices verdad;
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.
[VIII]
Todo pasa y todo queda;
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
[IX]
Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca he sido:
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo?
[I] y [III]: La Lectura, n.º 101, mayo 1909. Campos de Castilla, Madrid,
Renacimiento, 1912.
[II]: La Lectura, n.º 98, febrero 1909. Campos de Castilla, Madrid,
Renacimiento, 1912.
[IV]: Campos de Castilla, Madrid, Renacimiento, 1912.[V-VI]: Poesías
completas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917.
[VII-IX]: La Lectura, n.º 149, mayo 1913. Páginas escogidas, Madrid, Calleja,
1917.
IRIS DE LA NOCHE
A D. Ramón del Valle-Inclán.
Hacia Madrid, una noche,
va el tren por el Guadarrama.
En el cielo, el arco iris
que hacen la luna y el agua.
¡Oh luna de abril, serena,
que empuja las nubes blancas!
La madre lleva a su niño,
dormido, sobre la falda.
Duerme el niño y, todavía,
ve el campo verde que pasa,
y arbolillos soleados,
y mariposas doradas.
La madre, ceño sombrío
entre un ayer y un mañana,
ve unas ascuas mortecinas
y una hornilla con arañas.
Hay un trágico viajero,
que debe ver cosas raras,
y habla solo y, cuando mira,
nos borra con la mirada.
Yo pienso en campos de nieve
y en pinos de otras montañas.
Y tú, Señor, por quien todos
vemos y que ves las almas,
dinos si todos, un día,
hemos de verte la cara.
La Pluma, n.º 32, enero 1923, con el título «Iris de luna» y la dedicatoria «Al
maestro Valle-Inclán».
Nuevas canciones, Madrid, Mundo Latino, 1924.
(GLOSANDO A RONSARD Y OTRAS RIMAS)
[I]
AZORÍN
La roja tierra del trigal de fuego,
y del habar florido la fragancia,
y el lindo cáliz de azafrán manchego
amó, sin mengua de la lis de Francia.
¿Cúya es la doble faz, candor y hastío,
y la trémula voz y el gesto llano,
y esa noble apariencia de hombre frío
que corrige la fiebre de la mano?
No le pongáis, al fondo, la espesura
de aborrascado monte o selva huraña,
sino, en la luz de una mañana pura,
lueñe espuma de piedra, la montaña,
y el diminuto pueblo en la llanura,
¡la aguda torre en el azul de España!
[II]
AL ESCULTOR EMILIANO
BARRAL
... Y tu cincel me esculpía
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza),
fue surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
[III]
LOS SUEÑOS DIALOGADOS
I
¡Cómo en el alto llano tu figura
se me aparece!... Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca.
Y al recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al río;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón de la ciudad: el mío,
el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa...
Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en la tarde silenciosa.
II
¿Por qué, decísme, hacia los altos llanos,
huye mi corazón de esta ribera,
y en tierra labradora y marinera
suspiro por los yermos castellanos?
Nadie elige su amor. Llevóme un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta al caer la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.
De aquel trozo de España, alto y roquero,
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero...
¡El muro blanco y el ciprés erguido!
III
Las ascuas de un crepúsculo, señora,
rota la parda nube de tormenta,
han pintado en la roca cenicienta
de lueñe cerro un resplandor de aurora.
Una aurora cuajada en roca fría
CANCIONES A GUIOMAR
I
No sabía
si era un limón amarillo
lo que tu mano tenía,
o el hilo de un claro día,
Guiomar, en dorado ovillo.
Tu boca me sonreía.
Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?
¿Tiempo en fruto, que tu mano
eligió entre madureces
de tu huerta?
¿Tiempo vano
de una bella tarde yerta?
¿Dorada ausencia encantada?
¿Copia en el agua dormida?
¿De monte en monte encendida,
la alborada
verdadera?
¿Rompe en sus turbios espejos
amor la devanadera
de sus crepúsculos viejos?
II
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño —juntos estamos—
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
[...]
Por ti la mar ensaya olas y espumas,
y el iris, sobre el monte, otros colores,
y el faisán de la aurora canto y plumas,
y el búho de Minerva ojos mayores.
Por ti, ¡oh, Guiomar!...
[II]: Revista de Occidente, n.º LXXV, septiembre 1929.
Poesías completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1933.
III
Las ascuas de un crepúsculo, señora,
rota la parda nube de tormenta,
han pintado en la roca cenicienta
de lueñe cerro un resplandor de aurora.
Una aurora cuajada en roca fría
que es asombro y pavor del caminante
más que fiero león en claro día,
o en garganta de monte osa gigante.
Con el incendio de un amor, prendido
al turbio sueño de esperanza y miedo,
yo voy hacia la mar, hacia el olvido
—y no como a la noche ese roquedo,
al girar del planeta ensombrecido—.
No me llaméis, porque tornar no puedo.
IV
¡Oh soledad, mi sola compañía,
oh musa del portento, que el vocablo
diste a mi voz que nunca te pedía!,
responde a mi pregunta: ¿con quién hablo?
Ausente de ruidosa mascarada,
divierto mi tristeza sin amigo,
contigo, dueña de la faz velada,
siempre velada al dialogar conmigo.
Hoy pienso: este que soy será quien sea;
no es ya mi grave enigma este semblante
que en el íntimo espejo se recrea,
sino el misterio de tu voz amante.
Descúbreme tu rostro, que yo vea
fijos en mí tus ojos de diamante.
[I] y [III]: Nuevas canciones, Madrid, Mundo Latino, 1924.
[II]: Los Lunes de El Imparcial, 22 de mayo de 1922. Diario de Las Palmas, 15
de junio de 1922. Nuevas canciones, Madrid, Mundo Latino, 1924.
El crimen fue en Granada
A Federico García Lorca
I
EL CRIMEN
Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!...
II
EL POETA Y LA MUERTE
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque, yunque y yunque de las fraguas—.
Hablaba Federico,
requebrando a la Muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el eco de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
III
Se les vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Ayuda. Semanario de la solidaridad, n.º 22, 17 de octubre de 1936, p.
3. Luego en Antonio Machado, La guerra (1936-1937), Madrid,
Espasa-Calpe, 1937, pp. 25-29.
La muerte del niño herido
Otra vez en la noche... Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
Hora de España (Barcelona), n.º XVIII, junio
1938, p. 7.
De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otra mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
A mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.
Hora de España (Barcelona), n.º XVIII, junio
1938, p. 8.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Poemas extraídos
de .http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/p280/01472741070147584199079/index.htm
y de http://www.juntadeandalucia.es/educacion/educacion/jrj/com/jsp/contenido.jsp?
pag=/jrj/contenidos/Portada/Banners/poemas&seccion=portada
Remembranzas
Recuerdo que cuando niño
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso;
las casas eran palacios
y catedrales los templos;
y por las verdes campiñas
iba yo siempre contento,
inundado de ventura
al mirar el limpio cielo,
celeste como mi alma,
como mi alma sereno,
creyendo que el horizonte
era de la tierra el término.
No veía en su ignorancia
mi inocente pensamiento,
otro mundo más hermoso
A Manuel Reina.
que aquel mundo de mi pueblo;
¡qué blanco, qué blanco todo!,
¡todo qué grande, qué bello!
Recuerdo también que un día
en que regresé a mi pueblo
después de largos viajes,
me pareció un cementerio;
en su mezquina presencia
se agigantaba mi cuerpo;
las casas no eran palacios
ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban
la soledad y el silencio.
Extraña impresión sentía
buscando en mi pensamiento
la memoria melancólica
de aquellos felices tiempos
en que no soñaba un mundo
como el mundo de mi pueblo.
¡Cuántas veces, entre lágrimas
con mis blancos días sueño,
y reconstruyo en mi mente
la visión de aquellos tiempos!
¡Ay!, ¡quién de nuevo pudiera
encerrar el pensamiento
en su cárcel de ignorancia!,
¡quién pudiera ver de nuevo
el mundo más sonriente
en el mundo de mi pueblo!
- 2 -
A mis penas
Cuando lloraba yo tanto,
cuando yo tanto sufría,
mis penas, sólo mis penas,
fueron constantes amigas;
me quedé sin ilusiones, 5
me quedé sin alegrías,
volaron mis esperanzas,
y en el mar de mi desdicha,
pobre y solitario náufrago
sin auxilio me perdía; 10
llegó un momento supremo
en que aborrecí la vida.
Entonces brilló a lo lejos
una azul playa bendita,
la playa del sufrimiento, 15
de las nostalgias divinas;
pensé un instante en la lucha,
sol que alumbró muerto día,
y me abracé a mis dolores
y salvé mi inútil vida. 20
¡Penas mías, yo os bendigo!
¡Yo os bendigo, penas mías,
negras tablas salvadoras
del perfume de mi vida!
Nunca, nunca me olvidéis 25
en el mar de mi desdicha,
entristeced mis amores,
entristeced mis delicias,
que yo gozo con las penas
más que con las alegrías, 30
que jamás puedo olvidarme
de aquella playa bendita,
en donde me embriagasteis
de las nostalgias divinas.
Todo el oro de mis sueños, 35
todo el amor de mi lira,
todas las flores que entreabran
sus cálices en mis días,
todo el fuego de mis ojos,
todo el placer de mis risas, 40
es sólo para vosotras,
adoradas penas mías,
adoradas salvadoras
del perfume de mi vida.
Almas de violeta (1900)
Mi alma es hermana del cielo
gris y de las hojas secas;
sol enfermo del otoño,
mátame con tu tristeza!
Los árboles del jardín
están cargados de niebla:
mi corazón busca en ellos
esa novia que no encuentra;
y en el sueño frío y húmedo
me esperan las hojas secas:
si mi alma fuera una hoja
y se perdiera entre ellas!
El sol ha mandado un rayo
de oro viejo a la arboleda,
un rayo flotante, dulce
luz para las cosas muertas.
¡Qué ternura tiene el pobre
sol para las hojas secas!
Una tristeza infinita
vaga por todas las sendas,
lenta, antigua sinfonía
de música y de esencias,
algo que dora el jardín
de ensueño de primavera.
Y esa luz de ensueño y oro
que muere en las hojas secas,
alumbra en mi corazón
no sé qué vagas tristezas.
Arias tristes (1903)
Francina, en la primavera
tienes la boca más roja?
-La primavera me pone
siempre más roja la boca.
-Es que besas más, o es
que las rosas te arrebolan?
-Yo no sé si es mal de besos
o si es dolencia de rosas.
-Y, te gustan más los labios
o las rosas? -Qué te importa...?
la rosa me sabe a beso,
el beso a beso y a rosa.
Entonces le puse un beso
en la rosa de su boca...
La tarde de abril moría,
rosamente melancólica;
las fuentes iban al cielo
con su plata temblorosa...
Francina deshojó a besos
su boca sobre mi boca.
Jardines lejanos (1904)
Mujer, perfúmame el campo;
da a mi malestar tu aroma,
y que se pongan tus manos
entre el tedio de mis rosas.
Olor a carne y romero,
traje blanco y verdes hojas,
ojos negros entre todo
lo que azula y lo que dora!
Y tu risa de amor, y
tus concesiones de novia,
y el bien que siempre me has hecho
con el clavel de tu boca!
Ay, corazón, que mal lates!
oh, mujer, cómo me llora
el alma entre tu fragancia,
cazadora blanca y rosa!
Pero mátame de carne,
que me asesine tu boca,
dardo que huela a tu sangre,
lengua, espada dulce y roja!
Mujer, perfúmame el campo;
da a mi malestar tu aroma,
y que se pongan tus manos
entre el tedio de mis rosas.
Pastorales (1905)
A Antonio Machado
¡Amistad verdadera, claro espejo
en donde la ilusión se mira!
... Parecen esas nubes
más bellas, más tranquilas...
Antonio, siento en esta tarde ardiente
tu corazón entre la brisa...
La tarde huele a gloria;
Apolo inflama fraternales liras
en un ocaso musical de oro
como de mariposas encendidas...
liras sabias y puras,
de cuerdas de ascuas líquidas,
que guirnaldas de rosas inmortales
decorarán, un día.
Sí. ¡Amistad verdadera,
eres la fuente de la vida!
... la fuente que a los prados de la muerte
les lleva floras pensativas
en la serena soledad undosa
de sus corrientes amarillas...
Antonio, ¿sientes esta tarde ardiente
mi corazón entre la brisa?
Laberinto (1913)
Dedicatoria a la melancolía
Tú que en el parque mustio, frente a los soles rojos
que empurpuran de luz tu altivo desconsuelo,
hastiada y delirante, pierdes tus grandes ojos
tras las bandadas que se alejan por el cielo...
O que, pálida y dulce, con un libro en la mano,
caminas lentamente por la seca avenida,
y buscas en la rosa postrera del verano
el sentido profundo y eterno de la vida...
Divina mujer triste! Al lado de la fuente,
soñando con tus brazos, mi corazón te espera...
no seas la ilusión que vuela de la frente,
sino la realidad constante y verdadera!
- 35 -
Brumoso, en elegante languidez, se copiaba
...Au coucher du soleil, si ton âme attendrie
tombe en une muette et molle rêverie...
André Chénier.
el cielo violeta en la roja caoba;
dentro, lo gris tenía carne y seda encendidas;
en la tarde venían fragancias de mimosas...
Un afán imposible de lujos sensuales
llevaba, entre visiones, al alma melancólica,
... afán de llegar pronto... o de no llegar nunca...
a no sé dónde... para qué!... a no sé qué hora...
La felicidad iba -mas sin decirme nadaal
lado mío... Era de no sé quién... La sombra
del crepúsculo suave le florecía el sueño,
y me miraba, largamente, entre sus rosas...
Melancolía (1912)
ARIAS TRISTES (1903)
Para dar un alivio a estas penas
que me parten la frente y el alma
me he quedado mirando a la luna
a través de las finas acacias.
En la luna hay un algo que sufre
entre un nimbo divino de plata,
hay un algo que besa los ojos
y que seca llorando las lágrimas.
Yo no sé que tiene la luna
que acaricia, que duerme y que calma
y que mira en silencio a los tristes
con inmensas piedades de santa.
Y esta noche que sufro y que pienso
libertar de esta carne a mi alma,
me he quedado mirando a la luna
a través de las finas acacias.
BALADAS DE PRIMAVERA (1910)
BALADA DE LA MAÑANA DE LA CRUZ
Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
¡Vivan las rosas, las rosas del amor
entre el verdor con sol de la pradera!
Vámonos, vámonos al campo por romero,
Vámonos, vámonos,
por romero y por amor...
Si yo le digo: ¿no quieres que te quiera?,
responderá radiante de pasión:
¡cuando florezca la cruz de primavera
yo te querré con todo el corazón!
Vámonos, vámonos al campo por romero,
Vámonos, vámonos
por romero y por amor...
Florecerá la cruz de primavera,
y le diré: ya floreció la cruz.
Responderá:...¿tú quieres que te quiera?,
¡y la mañana se llenará de luz!
Vámonos, vámonos al campo por romero,
Vámonos, vámonos
por romero y por amor...
Flauta y tambor sollozarán de amores,
la mariposa vendrá con ilusión...
¡Ella será la virgen de las flores
y me querrá con todo el corazón!
DIARIO DE UN POETA RECIÉN CASADO (1917)
MADRE
Te digo al llegar, madre,
que tú eres como el mar; que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden,
siempre es igual tu sitio
al paso de tu alma.
No es preciso medida
ni cálculo ni conocimiento
de ese cielo de tu alma;
el color, hora eterna,
la luz de tu poniente,
te señalan ¡oh madre! Entre las olas,
conocida y eterna en su mudanza.
ETERNIDADES (1918)
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
El que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
POESÍA (1923)
AMOR
Todas las rosas son la misma rosa,
¡amor!, la única rosa;
y todo queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor! la única rosa.
BALADAS DE PRIMAVERA (1910)
ABRIL
El chamariz en el chopo.
-¿ Y qué más?
-El chopo en el cielo azul.
-Y qué más?
-El cielo azul en el agua.
-¿Y qué más?
-El agua en la hojita nueva.
-¿Y qué más?
-La rosa en el corazón.
-¿Y qué más?.
-¡Mi corazón en el tuyo!
SONETOS ESPIRITUALES (1917)
NADA
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas, ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí, nada, nada!...-O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...-
Que tú eres tú, la humana primavera,
La tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
...¡y soy yo sólo el pensamiento mío!
DIARIO DE UN POETA RECIÉN CASADO (1917)
CIELO
Te tenía olvidado,
cielo, y no eras
más que un vago existir de luz,
visto -sin nombrepor
mis cansados ojos indolentes.
Y aparecías, entre las palabras
perezosas y desesperanzadas del viajero,
como en breves lagunas repetidas
de un paisaje de agua visto en sueños...
Hoy te he mirado lentamente,
y te has ido elevando hasta tu nombre.
BELLEZA (1923)
CANCIÓN
Arriba canta el pájaro,
y abajo canta el agua.
-Arriba y abajo,
se me abre el alma -.
Mece a la estrella el pájaro,
A la flor mece el agua.
-Arriba y abajo,
me tiembla el alma-.
LA ESTACIÓN TOTAL (1946)
EL OTOÑADO
Estoy completo de naturaleza
en plana tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz; doro el lugar oscuro,
transmino olor; la sombra huele a dios,
emano son; lo amplio es honda música,
filtro sabor; la mole bebe mi alma,
deleito tacto de soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y yo soy todo.
Lo todo que es colmo de la nada,
El todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.

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